Para qué hacemos las cosas
El primer post siempre es el que más cuesta. De alguna manera sientes la presión de que represente tu intención general. El motivo por el cual decides abrir un nuevo proyecto al que se le presupone una vida (al menos intermedia).
Me he dado cuenta de que, mirando atrás, mi vida es un cúmulo de proyectos inacabados. De ideas que florecieron en un momento determinado y que debido al exceso de cosas con las que me he acostumbrado a lidiar, voy retomando cuando voy pudiendo. Un poco como decía Jobs, ‘connecting the dots’ es un lema al que vuelvo y vuelvo. Retomar el formato del blog (con el que empecé mis andaduras hace ya una década) me conecta (valga la redundancia) con mi auténtica esencia.
Y ahora un blog. ¿Por qué? Y sobre todo, ¿para qué? Me reservo el delicioso derecho de no responder, al menos de forma impulsiva o inmediata. Me he cansado de tener siempre la respuesta. De tener que resolverlo todo (con la mayor brevedad posible). Este blog no tiene un plan. Tiene un sentir. Y como tal, ira a demanda de mis pensamientos y emociones.
Tu, lector, que con cierto afán habrás ido a caer aquí, no esperes encontrar en él, nada parecido a lo que te habías imaginado, porque total, he aprendido una cosa en este viaje al que llamamos vida y es que no hay nada peor que tener expectativas.